eucaristía
Los demás sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están vinculados con la Eucaristía y a ella se ordenan. (CIC 1324)
La vida litúrgica de la Iglesia gira en torno a los sacramentos, con la Eucaristía en el centro (Directorio Nacional para la Catequesis, #35). En la Misa, somos alimentados por la Palabra y nutridos por el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Creemos que Jesús Resucitado está verdadera y sustancialmente presente en la Eucaristía. La Eucaristía no es un signo o símbolo de Jesús; más bien, recibimos a Jesús mismo en y a través de las especies eucarísticas. El sacerdote, por el poder de su ordenación y la acción del Espíritu Santo, transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Esto se llama transubstanciación.
El nuevo pacto
Quien desee recibir a Cristo en la comunión eucarística debe estar en estado de gracia. Quien tenga conciencia de haber pecado mortalmente no debe comulgar sin haber recibido la absolución en el sacramento de la penitencia. (CIC 1415)
La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada Comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía; les obliga a hacerlo al menos una vez al año. (CIC 1417)
Recibir la Eucaristía nos cambia. Significa y efectúa la unidad de la comunidad y sirve para fortalecer el Cuerpo de Cristo.
Entendiendo la Misa
El acto central de culto en la Iglesia Católica es la Misa. Es en la liturgia donde la muerte y resurrección salvadoras de Jesús, una vez para siempre, se hacen presentes nuevamente en toda su plenitud y promesa, y tenemos el privilegio de participar de Su Cuerpo y Su Sangre, cumpliendo su mandato al proclamar su muerte y resurrección hasta que Él venga nuevamente. Es en la liturgia donde nuestras oraciones comunitarias nos unen en el Cuerpo de Cristo. Es en la liturgia donde vivimos más plenamente nuestra fe cristiana.
La celebración litúrgica se divide en dos partes: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. Primero escuchamos la Palabra de Dios proclamada en las Escrituras y respondemos cantando la propia Palabra de Dios en el Salmo. Luego, esa Palabra se pronuncia en la homilía. Respondemos con una confesión pública de nuestra fe. Ofrecemos nuestras oraciones comunitarias por todos los vivos y los muertos en el Credo. Junto con el que preside, ofrecemos a nuestra manera los dones del pan y del vino y recibimos una parte del Cuerpo y la Sangre del Señor, partido y derramado por nosotros. Recibimos la Eucaristía, la presencia real y verdadera de Cristo, y renovamos nuestro compromiso con Jesús. Finalmente, somos enviados a proclamar la Buena Nueva.